ECOagricultor el 20 diciembre, 2012
Las llamadas malas hierbas sirven para alejar parásitos y plagas,
fijar el suelo agrícola o combatir la contaminación. Algunas son tan
conocidas como el bledo, la colleja o la caléndula. Su persecución
histórica ha provocado que muchas de ellas se encuentren en la
actualidad en peligro de extinción.
La lista negra de las malas hierbas
aglutina a unas 300 en España, pero sólo alrededor de una decena pueden
catalogarse como realmente perjudiciales para los ecosistemas agrícolas.
Este reducido grupo de plantas sí que
hace gala de su apodo: según datos de la Sociedad Española de
Malherbología (SEMH), ocasionan pérdidas en los cultivos de unos 780
millones de euros anuales y suponen un suculento negocio para los fabricantes de herbicidas.
Los agricultores desembolsan -también anualmente- otros 450 millones en productos fitosanitarios
para acabar con estas indeseables. Sin dejar de lado esta realidad, la
ciencia relativamente moderna de la malherbología intenta descifrar los
beneficios que poseen estas plantas y conducir su uso en agricultura,
jardinería, farmacia o, incluso, en el ámbito de la genética.
La comunidad científica se ha visto obligada a aunar criterios sobre qué se considera una mala hierba
La comunidad científica se ha visto obligada a aunar criterios sobre qué se considera una mala hierba
Existen unas 250.000 especies vegetales
en el Planeta, y aproximadamente unas 7.500 son hierbas. ¿Cuáles han
merecido el calificativo de malas? A grandes rasgos, los botánicos han
identificado varios atributos ecológicos comunes como el hábito
herbáceo, el rápido crecimiento, la forma vital predominantemente anual y
una elevada capacidad de producción y dispersión de semillas. No
obstante, la amplitud en la definición ha provocado que todas las
hierbas de fácil y rápida proliferación sean señaladas como malas
hierbas y, por tanto, indeseadas, arrancadas o atacadas con herbicidas.
Pero algunas son más eficientes de lo que se cree.
Las malas hierbas tienen utilidades por
su extraordinaria capacidad de supervivencia, diseminación y
colonización de medios alterados. Así, pueden interferir positivamente
con las especies manejadas, a través de procesos como el aumento de la fertilidad del suelo, y pueden usarse, además, para luchar contra la erosión en taludes o para recuperar suelos abandonados. “Estamos
percibiendo que el mantenimiento de una cubierta vegetal de malas
hierbas reduce drásticamente la pérdida de suelo en el olivar”,
afirma Fernando Bastida, profesor de la Escuela Politécnica de la
Universidad de Huelva, quien alude concretamente a las gramíneas como el
vallico (‘Lolium rigidum’), la cebada ratonera (‘Hordeum murinum’) y la
avena loca o ‘Avena sterilis’, cuyas poblaciones se mantienen en el
cultivo durante la época de lluvias.
Otra utilidad de esta comunidad de plantas radica en la recuperación de suelos contaminados. Algunas son capaces de acumular en sus tejidos cantidades elevadas de metales pesados,
como el cinc, el plomo, el manganeso o el cobre, que pueden encontrarse
en los suelos a partir de residuos de la actividad industrial o minera.
“Mediante su cultivo en suelos contaminados en posible extraer varias decenas de kilogramos de metales pesados por hectárea”, asegura Bastida. Algunas de las más eficaces como bioacumuladores
de metales pesados son cierto tipo de jaramago (‘Hirschfeldia incana’),
el carraspique alpino (‘Thlaspi caerulescens’) o la acedera (‘Rumex
acetosa’).
Otra ventaja de las malas hierbas es que atraen a insectos
que, de alguna forma, atacan a aquellos otros que causan daños a las
especies agrícolas. En muchos casos, la presencia de bandas de vegetación silvestre
en los márgenes de los cultivos resulta favorable dado que sirven como
fuente de polen y néctar para los adultos de insectos cuyas larvas son
depredadoras o parásitas de insectos plaga. Así, se pueden disminuir los daños ocasionados por éstas en el propio cultivo.
Por ejemplo, las larvas de dípteros (moscas) son depredadoras de pulgones
y las larvas de himenópteros, como las avispas, parasitan cochinillas,
que pueden ser plagas de cultivos. En ambos casos, los insectos
‘beneficiosos’ son atraídos por el néctar de malas hierbas como el
ranúnculo (‘Ranunculus arvensis’), la mostaza blanca (‘Sinapis alba’) o
la hierba de Santiago (‘Senecio jacobea’). También resulta eficaz su uso
en farmacia.
A pesar de que son tan sólo un mero 3%
del cuarto de millón de especies de plantas en el mundo, conforman más
de un tercio de las plantas utilizadas en la elaboración de productos farmacológicos.
Es el caso de la adormidera (‘Papaver somniferum’), una especie de
amapola de donde se extrae la morfina, o de la vinca (‘Vinca defformis
L.’), de donde se extrae la vinblastina, muy útil para el tratamiento
del cáncer dado que tiene componentes que inhiben el crecimiento de las células cancerosas.
Pese a lo peyorativo del lenguaje, conforme avanza la Malherbología estas plantas se desprenden de la mala fama que les atribuye el sector agrícola. Incluso en algunos países, como los escandinavos y Alemania,
llevan a cabo estrategias para intentar preservar en los márgenes de
los campos de cultivo las malas hierbas endémicas que se encuentran en
estado crítico de conservación.
De ser perseguidas a lo largo de la
historia pasan, ahora, a ser protegidas. Estamos asumiendo que muchas de
ellas son, sencillamente, buenas malas hierbas.
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