ECOagricultor el 25 enero, 2014
Un productor chileno demandó a Monsanto y ganó el juicio luego de haber perdido todo lo que tenía tras trabajar con maíz transgénico. José Pizarro fue parte de un experimento que la multinacional llevó adelante con 12 agricultores más entre 2009 y 2010. “Sólo quiero que otros campesinos no tengan que pasar por lo que yo viví. Yo nunca más voy a sembrar transgénicos”, asegura Pizzarro.
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José Pizarro Montoya, 38 años, es un agricultor y ex productor de transgénicos en la temporada 2009-2010 en Melipilla (Chile).
Es el primer chileno (y quizá el único latinoamericano) que le ha
ganado una demanda a Monsanto/ANASAC por incumplimiento de contrato.
Además, intentó revelar su caso en el seminario sobre transgénicos
organizado en Casa Piedra el 22 de enero de 2014 por el cuestionado
ministro de Agricultura Luis Mayol.
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Allí panelistas internacionales y
nacionales predicaban las bondades de los cultivos genéticamente
modificados. Pizarro sólo quería intervenir para decir que no le recomendaba a ningún campesino trabajar para Monsanto
cultivando transgénicos de exportación, porque podía terminar arruinado
igual que él, además de dañar la tierra. En Chile hay aproximadamente
30.000 hectáreas de semilleros de maíz, soja y raps transgénicos de
exportación, comercializados por las transnacionales Monsanto, Pioneer y socios chilenos agrupados en ANPROS, la Asociación Nacional de Productores de Semillas.
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En septiembre de 2013, María Elena
Rozas coordinadora de la Red de Acción en Plaguicidas RAP-Chile y Lucía
Sepúlveda conocieron la experiencia de Pizarro y pudieron observar de
primera fuente los resultados de las malas prácticas ambientales y comerciales de Monsanto/ANASAC en Chile.
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“El agricultor no sabía exactamente qué sembraba, no tenía idea de qué era una semilla transgénica; en el contrato figura un nombre de fantasía: maíz Mon49. En el cultivo tenía que usar obligadamente y en forma intensiva, más de diez plaguicidas dañinos para la salud y el ambiente. El contrato que firmó lo obligaba a recurrir sólo a la Cámara de Comercio, no podía querellarse en tribunales. El nos explicó que muchos productores también han tenido problemas con Monsanto, pero no acuden a la Cámara porque es muy caro”, señaló María Elena Rozas.
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La sentencia favorable a Pizarro
en el juicio de rol 1385-11 caratulado como Agrícola Pizarro Ltda. con
Agrícola Nacional S.A.C, fue dictada por el juez árbitro de la Cámara de
Comercio, Francisco Gazmuri Schleyer. La Corte de
Apelaciones de Santiago la confirmó en septiembre de 2013, rechazando el
recurso de casación y queja presentado por la empresa. Pero durante los
cuatro meses posteriores Monsanto se negó a cumplir el
fallo. Por esa razón el agricultor no dio a conocer previamente su
caso. Sólo a fines de diciembre de 2013, Pizarro recibió los 37 millones
de pesos que la Cámara le ordenó pagar al afectado, sin embargo esa
suma no alcanza a cubrir los daños ocasionados. Los documentos del SAG
de Declaración de Semilleros OVM incorporados en la demanda, identifican
la solicitud de certificación como de ANASAC Chile (Monsanto) y fueron
cuestionados por Pizarro, que acusa complicidad con la empresa.
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En el proceso fue decisivo el peritaje
del INIA (Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y
Alimentaria), elaborado por el ingeniero agrónomo Gabriel Saavedra del Real sobre lo ocurrido. También fue determinante la comparecencia de Levi Manzur, académico de la Universidad Católica de Valparaíso y destacado genetista de Los Andes, cuyas conclusiones fueron en el mismo sentido de la denuncia del demandante.
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Pizarro perdió su casa, su máquina fumigadora, un tractor, y su camioneta. Lo abandonó su pareja y quedó a brazos cruzados. Debía 90 millones de pesos al Banco Santander (por acumulación de intereses) después de cultivar en Melipilla maíz transgénico de Monsanto para ANASAC. María Elena Rozas comenta: “Lo ocurrido a este productor puede servir de ejemplo para centenares de pequeños productores agrícolas encandilados por promesas de grandes ganancias y trato justo, por parte de las empresas exportadoras de semillas transgénicas. Pero eso ocurre sólo al principio. La gran mayoría de los estafados no denuncia
y se hace dependiente de lo que le ofrezca la empresa, que es cada vez
menos. Y no hay muchas alternativas en el campo, no hay políticas
públicas ni incentivos que favorezcan efectivamente la producción
agroecológica; eso es lo que debemos cambiar”.
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Pizarro proviene de una familia de
agricultores de Los Andes (Región de Valparaíso), y por años trabajó con
su hermano como hortalicero. Para sembrar transgénicos arrendó en
Melipilla 33,07 hectáreas, que forman parte del fundo Rumay del
empresario Manuel Ariztía (de la industria de Pollos Ariztía), para
producir maíz transgénico para ANASAC (Monsanto). El “gran negocio” de los transgénicos ha sido para Pizarro prácticamente el fin de su vida como agricultor.
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Nos explica: “Yo ahora soy un estudioso de los transgénicos, aprendo a través de Internet, y además he averiguado sobre Monsanto y su prontuario criminal.” Cuando tomó conciencia de lo que le había ocurrido, se dirigió a la Agrupación Ecologista de Aconcagua, organización de Los Andes que forma parte de nuestra campaña Yo No Quiero Transgénicos en Chile, estableciendo así contacto con RAP-AL Chile para dar a conocer su caso y denunciar a Monsanto.
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Hoy José Pizarro está en la lista negra de la transnacional, y a su vez, para el agricultor, Monsanto pasó a la categoría de empresa corrupta, abusadora y depredadora.
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“Yo he visto que con el maíz transgénico había ratones muertos a la vera del camino, después que se comían los choclos”, denuncia.
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En dos temporadas anteriores Pizarro
había obtenido grandes ganancias con el maíz transgénico y la empresa lo
consideraba un excelente productor. Nunca antes él se preguntó qué
riesgos ambientales o comerciales podía correr tratando con Monsanto. “El
año 2009 ellos quisieron hacer un experimento conmigo. Eran 12
agricultores los que estábamos sembrando en Chile ese tipo de maíz y
sólo a dos nos hicieron sembrar hileras de hembras (de semilla
transgénica) y machos (de semilla híbrida) en proporción 4:1; los otros
productores sembraron en proporción 4:2. El SAG estaba a cargo de
fiscalizar y en mi opinión es cómplice de la empresa, porque en sus
informes anotó que yo había sembrado 4:2, lo que estaba a la vista que
no era así. Según sus informes, pareciera que yo hubiera sembrado con
las mismas instrucciones que les dieron a los demás productores. Pero
no, yo sembré a ciegas, hacía lo que ordenaba la empresa, ni me fijaba
en lo que escribía el certificador del SAG porque el contrato me
obligaba a seguir estrictamente sus instrucciones.”
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Entre las instrucciones del SAG está
asegurarse que no haya maíz criollo cerca, porque podría cruzarse con el
cultivo transgénico y afectar su multiplicación. SAG vigila que no se
perjudique la siembra de transgénicos, pero al productor convencional de
esa especie no lo protege nadie. Siguiendo las recomendaciones de
Monsanto, Pizarro pidió a un vecino que había plantado maíz, que lo
sacara. Pero se trataba de una persona mayor, que no aceptó porque
quería tener sus propios choclos para humitas en el verano. El productor
informó a la empresa y el agrónomo Francisco Araya Vargas, le ordenó
“Tírale Roundup” (el herbicida que mata cualquier planta que no sea
transgénica). Pizarro prefirió cortar de noche las panojas del maíz del
vecino para que no pudieran dar polen y multiplicarse. Lo cuenta con
vergüenza.
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ANASAC Chile /Monsanto a través de su gerente Rodrigo Malagüeño,
aseguró en el juicio que ningún multiplicador de maíz transgénico los
había demandado anteriormente. En general sólo las grandes empresas
pueden ir a arbitraje a través de la Cámara de Comercio. Pizarro, que no
estaba dispuesto a arruinarse en silencio, se arriesgó. “De partida
tuve que pagar $700.000 para que me atendieran y luego $4.400.000 para
financiar al juez. Puse una demanda por $218.000.000 y el juez
finalmente falló en mi favor pero sólo saqué $37.000.000 que es
muchísimo menos de todo lo que he perdido.” Explica Pizarro: “Yo
no recibí instrucciones adecuadas para la siembra y por eso la
producción fue mala y por consiguiente la liquidación también. El precio
se calcula sobre la base de la producción del mismo maíz por otros
multiplicadores de la región del Maule, pero ellos recibieron
instrucciones diferentes a las que me dieron a mí, y por eso produjeron
mucho más que yo. Yo coseché 106.780 kg de maíz pero la producción real,
seleccionada en la procesadora de Lo Espejo de acuerdo a los estándares
requeridos por Monsanto, fue sólo de 38.509 kg”
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La sentencia estableció que la empresa “incumplió
una obligación de hacer, consistente en prestar los servicios de
supervisión técnica de la siembra en forma diligente y dando estricto
cumplimiento a las instrucciones del fabricante de la semilla Monsanto,
cayendo en incumplimiento contractual negligente”.
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A Pizarro lo buscó Monsanto. Llegaron
hasta el predio donde él cultivaba hortalizas en Melipilla y le dijeron
que por satélite lo habían ubicado porque el lugar se prestaba para
cultivo de maíz transgénico pues no había otro maíz convencional cerca.
El primer año (2008) le regalaron la semilla transgénica y el Roundup.
Pizarro sólo tuvo que comprar abonos e insecticidas. Incluso le pagaron
el arriendo del predio. El sólo debía cuidar el cultivo. Le ofrecieron
pagarle tres millones de pesos por hectárea. En 2009 también le dieron
la semilla “pero el veneno lo compré yo. Estuve dos días sembrando y
a pesar que yo tenía máquinas la empresa me obligó a sembrar con las de
ellos, que son más nuevas, eso fue un gasto enorme”, explica el
productor rural. Ese mismo año Monsanto compró la división de maíz y
soya de ANASAC. Los productores recibieron una nota diciendo que en
adelante, debían seguir las instrucciones de ANASAC Chile, es decir de
Monsanto, el nuevo dueño. Pero para los efectos comerciales y legales,
curiosamente Pizarro debió entenderse con ANASAC SA, cuyo gerente es
Rodrigo Malagüeño, una estrategia para no figurar abiertamente en la querella.
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El arbitraje de la Cámara de Comercio estableció que ANASAC/Monsanto incumplió su obligación “consistente
en prestar los servicios de supervisión técnica de la siembra en forma
diligente y dando estricto cumplimiento a las instrucciones del
fabricante de la semilla Monsanto”, incurriendo en incumplimiento
contractual negligente. La Corte de Apelaciones de Santiago confirmó
este fallo y no existen más instancias para este tipo de arbitraje. La
sentencia de la Corte, firmada por Pilar Aguayo, Carlos Carrillo y la abogado integrante Claudia Schmat, también condenó a ANASAC a pagar los costos de la apelación.
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José Pizarro concluye señalando: “Sólo quiero que otros campesinos no tengan que pasar por lo que yo viví. Yo nunca más voy a sembrar transgénicos”.
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