Los intereses económicos, desde hace varios siglos,
son los que vienen dictaminando el rumbo a seguir por nuestras
sociedades.
Lamentablemente, desde fines de la Edad Media, una
convergencia de factores ambientales, psicológicos, religiosos,
económicos y de otros tipos, apoyados en inventos tecnológicos y
avances de las ciencias, ha permitido que la humanidad fuera
dominando a la naturaleza y consecuentemente nos ha ido acarreando
como sociedad, más allá de los casos individuales, hacia el camino
del materialismo.
Ideológicamente muchos de nosotros tenemos un
fuerte y genuino sentimiento de amor por la naturaleza, por la vida,
por nuestros pares. Comprendemos y somos concientes de muchos de los
perjuicios que causamos al medio ambiente con nuestras conductas
cotidianas. Pero nos encontramos sumergidos hasta el cuello en
sociedades absolutamente orientadas al consumo. Incluso
culturalmente desde niños hemos sido infectados con el virus del
consumismo y los medios masivos de comunicación se han encargado de
proveer al virus de buen alimento.
La globalización de los
mercados ha acelerado el proceso y multiplicado infinitamente el
poder de la economía por sobre todo lo demás.
Palabras como
“progreso” y “desarrollo” descubrieron que podían ser utilizadas
como disfraz en forma malintencionada para beneficio de una minoría.
Como pretende hacerse ahora, en el ataque final de las
multinacionales del terror, mercantilizando hasta el último ser
vivo, bajo el engañoso nombre de “Economía verde”.
El mercado es
un monarca que no tiene cuerpo, ni alma. Más destructivo e impiadoso
que el arma más terrible jamás imaginada.
Para mantener contento
al mercado se destruyen bosques, se inundan millones de hectáreas,
desaparecen montañas, se contaminan el agua, la tierra y el aire. Se
destituyen presidentes, invaden países y se hambrean a cientos de
millones de personas.
Paralelamente cada individuo, se siente más
pequeño, con menos posibilidades de cambiar algo, de enfrentar a ese
monstruo gigantesco que está devorándolo todo, destruyéndolo
todo.
Entonces, el punto pasa a ser si realmente existe la
posibilidad de que la sociedad humana realice el importante cambio
de rumbo necesario, a escala planetaria, en la forma de
relacionarnos entre nosotros y con el resto de la naturaleza. Ya que
si eso no sucede, solamente queda intentar adivinar cuanto tiempo
queda para nuestra extinción como especie.
Resulta evidente que
para nuestra propia supervivencia, es necesario realizar un gran
esfuerzo conjunto, el más grande y mas multitudinario jamás
pretendido. Debemos intentar enderezar el timón entre todos de un
barco que está a punto de naufragar y encontrar un rumbo que nos
reconcilie con la naturaleza y con nosotros mismos, con nuestro
propio ser. Si logramos unirnos bajo ese objetivo común, podremos
hacerlo.
Gracias por acompañarnos. Nos reencontraremos en la
próxima entrega de esta publicación.
Ricardo
Natalichio, Director de EcoPortal.ne
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